La reminiscencia amargusante

jueves, junio 22, 2006

Vuelo 123

Cuando la pobre Keiko abrió los ojos no daba crédito. Se tocó la cara, dolorida, atónita, extrañada de seguir viva. A su alrededor no había nada salvo el azul del mar, mezclándose con el del cielo sin solución de continuidad alguna. Giró la cabeza lentamente. A sus pies se hallaba un gran pino, en una de cuyas ramas estaba sentada a horcajadas.


Según pasaba la sensación inicial, iba recuperando los sentidos lentamente. El silencio a su alrededor era absoluto, apenas roto por la brisa que acariciaba la copa del árbol, y por un lejano crepitar de llamas. Un fuerte olor desconocido penetraba sus fosas nasales hasta remover sus entrañas. Poco a poco punzadas de agonía pasaban el umbral de su conciencia.


Los restos del Boeing 747 yacían esparcidos hasta donde alcanzaba su vista.

domingo, junio 04, 2006

La misteriosa muerte del Dr. Merovinez

(...) Lo más extraño del caso es que el doctor sobrevivió perfectamente a una caída de 8 pisos. En el preciso instante en que se arrojaba al vacío, un camión de carga al aire repleto de muelles daba un fuerte frenazo justo debajo de su balcón al asustarse su conductor tras recibir una llamada de un número desconocido. La investigación no reveló de quién pudo tratarse, pues la compañía telefónica adujo un fallo en los sistemas para explicar su origen.

Su muerte se produjo a las 2.06 con el desafortunado aterrizaje del señor Merovinez, tras el rebote en dicha carga, que le impulsó hacia el jardín botánico frente al que vivía. Pese a no provocarse lesión alguna debido al lecho de lírios que detuvo su caída, su suerte acabó de golpe al toparse de bruces con una magnolia.

La brutal reacción alérgica, que Merovinez no logró mitigar con antiestamínicos debido al shock que sufría tras los sucesos citados, desencadenó un fallo respiratorio agudo que terminaría irremisiblemente con la vida del célebre doctor. Aquella flor ni siquiera pertenecía a aquel parque, y nadie supo explicarse tampoco qué hacía allí recién cortada y fresca. Era casi como una señal del destino...

Qué irónico final para alguien tan notorio en el campo de la teoría de la probabilidad como el Dr. Merovinez. Sus allegados, tras ser informados de la noticia, oscilaban sin parar entre el más desconsolado llanto y la apenas contenida risa por tan bizarras circunstancias. (...)